No es un haz de partículas prefabricadas, no es una máscara engendrando genocidios, no es la pantomima de la bala incrustada en los re-cuerdos, no vocifera vacíos silábicos como estandartes bélicos, no oculta fosas comunes y mentiras, no mendiga la vida, no le imprime fuerza a la Máquina que muta en arma...
Lea

lunes, 30 de agosto de 2010

Melografía

Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso, reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas, el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. en el carro policial, atado y sangrante, el músico pensó en su piano 
y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillado con él, en tantos sudores de músicas. 
El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro, el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y el dijeron que  podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miro a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.
Aníbal Niño.

viernes, 13 de agosto de 2010

¿Sumapaz?

"¡El canto el bullido
El barrio y el son
Serán mi dulce oración
cosa buena!.."
No hay vida inteligente
hacía los hormigueros
en la pestilencia
burbujeante de la madrugada.
Los gusaños siguen vivos...
Negociando el magnicidio, 
escondiensé en algóritmos,
¡allanando la sapiencia!
En la tierra del talento,
"en surcos de dolores",
los vivos se acumulan,
sin que puedas lustrar
esos zapatos,
ilustrar su razón.

Los disparos aún no lamentan,
Asesinar en orden alfabético
Los políticos aún no lamentan
Cavar fosas ¡indestructibles!

El silencio nos colma
de gritos la existencia.
Sentimos las masacres.
Extinguimos la vida.
Sepultamos la risa...

Basta impunidad ¡No más!
Y hasta aquí la mentira
¡País de mierda!
Qué salgan de la ultratumba...
Carlos... ¿vives?... Castaño

Deja amanecer su cuerpo,
en esta larga noche ¿cuándo?
Zoociedad no ha muerto.
Sacia nuestra sed interrogante
Arrastra la negación

Violencia falsa,
Violencia entrometida
Violencia ¡Puta!

Culpables de su soledad.
Porque le dejamos ir.
Le dejamos volver.

Y desde el fondo negro
de su oscuro pasaje.
Las semillas despiertan,
El horizonte reflexiona,
La risa sale de las almas,
Laten las entrañas del corazón,
La constituyente traducida,
La tierra inmarcesible
La verdad júbilo inmortal,

Pasa el tiempo de la nada,
Rompemos la maldición,
Las lágrimas se secaron,
No inundaremos más muertos,
Acabaremos la guerra de los ¿Cuántos? 
y en nosotros nuestro destino la paz.
Lea.

Solaz

A Nélida Estupiñan.
I
aquí en mi corazón el sonido de su voz.
eterno fuego enardecido de murallas,
paso de su andar presente,
victoria entre mis dedos leída,
camino abriendo el desierto,
sótano de los recuerdos alumbrados,
trino de las páginas que pasan.
¡Poema más vivo que nunca!

II
aquí en mi pensamiento 
lo que el tiempo nunca se llevo
elogio de su existencia libertaria,
regreso del tiempo celeste,
destino sufragado de esperanzas,
principio de incertidumbre legendario, 
revoloteo del ave zigzagueando el ocaso.
Sueño enorme de la vida indulgente.
Lenguaje profundo de mi redención.

III
aquí en el universo su latido expansivo,
ritmo del microtono infinito.
Desobediencia de su estampa pródiga,
semblanza húmeda de siniestras,
Noción penetrante de heroísmo,
concupiscencia de la marcha de sus manos,
esencia de su entendimiento sensato,
armonía de lo real y evidente.
Dimensión de su lógica narrativa,
abandono de la inmundicia sepultura,
Solaz de su alma significante.

IV
No olvida los acordes 
Entiende su razón de hielo neutro
Leo
Ida y vuelta hasta siempre
Dignidad mi promesa
Amo su susurro de viento.
Me queda para  hacer silencio.
Lea.

jueves, 12 de agosto de 2010

Óleos Sobre Lienzos.

¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?
Miguel Hernández.

El amanecer abigarrado de tonalidades grisáceas, púrpuras, violetas; y el museo cerrado. No podría presentir lo que sucedería en la realidad de la nación fugitiva que parece se desvanece entre sombras de héroes, hombres de sombrero burgués, damas hermosas, elegantes, sofisticadas; la morbilidad de la infancia y columnas de piel insomnes, cíclicas, mortificadas, amnésicas, intelectuales de medio tiempo, palomas acendradas que la ciudad ha obliterado, siluetas foráneas, peregrinos amantes de la libertad, artistas, malabaristas; en la ciudad de las edades, las catedrales y los campanarios religiosos, los anaqueles misteriosos y los relojes detenidos… La ciudad de los semáforos sin luces, las autopistas implacables de los ambulantes… Un lugar estratégico de murallas blancas y sucesiones geométricas perfectas, arquitectura colonial e insonorizada; las obras siguen una secuencia histórica sutilmente organizada, como en la mejor prosecución de un crimen. Ventanales, jardines, muebles rústicos, peldaños de madera y cámaras que vigilan. Cualquier movimiento por mínimo que fuese alteraría la pasividad insondable del museo… Abren las puertas y los soldados draconianos cercan sus esquinas, guardianes de las obras pictóricas enhiestan sus esqueletos, y la ciudad se transforma en una niña solitaria que vive “engullendo mundos”. Una pasarela interminable de formas humanas deleznables. Se acercan las primeras damas burguesas de ademanes finos y apariencia campesina con vestidos elegantes, zapatos charolados que reflejan sus culpas, sombreros y abanicos para dispersar sus malos olores. Se acerca el apóstol, un hombre muy religioso pero de una impiedad inexplicable; el niño tonto que juega con el último artefacto lúdico que le han traído de Europa; el niño paupérrimo de aspecto innombrable que las damas miran con recelo e indignación, el hombre teórico que no ha cesado en sus visiones cuadráticas de la vida; el político incorruptible de una mezquindad espantosa; la madre humilde y amorosa, el sargento preocupado y delincuente, el presidente de la respublica de una irresponsabilidad traidora, los estudiantes que no rescinden el horror inmarcesible, los artesanos de las plazas, el perro callejero, los maestros antiguos, el agrario registro civil y fósil, los de los cinturones de miseria, los pobres, pobres y los ricos, ricos. Todas las siluetas posibles se miran, hipócritamente, murmurando… y parecen abstraídos  en una infinidad de juicios que se establecen con la simple observación ajena. Recorren el plano cartesiano, con pasos auspiciados en la amnistía. Las obras son omnipotentes universales todopoderosas ante los asistentes. Esculturas, naturalezas muertas, oleos, lienzos, acuarelas… Las palabras se escapan de los labios… ¡qué gran artista!, ¡que sublime combinación de colores!, ¡oh que sutileza!... Un despliegue de apología a las creaciones y a los Autores. El niño innombrable descubriendo cada pincelada libre, cada trazo digno, cada milimétrica esperanza de los cuadros pasa… El universo condenado a la tranquilidad movediza… El niño murmura “carrobomba”… El pánico se apodera del salón, todos corren, tropiezan, desgarran, golpean, gritan, desesperan, ruegan, imploran, confiesan… El niño permanece en aquella esquina impávido, razonable, sorprendido, su mirada es indescifrable y penetrante… Los sonidos estrepitosos carcomen la fortaleza, las mujeres dejan caer sus lágrimas, los hombres se abrazan  "¿cómo morir así?", la paranoia los infecta… “carrobomba, carrobomba”, repetían, "moriremos como falsos insectos". Olvidando la realidad evidente en un profundo abismo, colapsando, continúan vociferando, "¡carrobomba!"... 
Las representaciones pictóricas y las pilastras se desmoronan, se disparan las alarmas, los peldaños se quiebran y son inútiles, se desvanecen los tejados, las puertas se destruyen y las efigies mueren, el vacio las recibe en su plenitud. 
Dedos, torsos, ojos, picos, dorsos, felinos, la muerte, la guitarra, múltiples cuerpos caen y se dispersan en el aire y el suelo. El niño solloza, sus lágrimas son yunques en las baldosas, su grito rompe con el teatro de lo absurdo… “es el nombre de la obra”… El tiempo detenido, el silencio se apodera de la conciencia de las figuras aferradas a la destrucción. La quietud inexpugnable. Todos miran como pájaros recién nacidos…
El museo ya no existe.
Lea.

sábado, 7 de agosto de 2010

El Fin de una Era

Alguienes de guantes blancos, cuerpos "perfectos", armas, fajos y excrementos uniformes. Tuvieron la hipócrita euforia de nombrar el pliegue de una insignia tricolor como las cinco palabras que definen éste titulo. Cuando se trata de un despliegue de soldados que enarbolan una bandera unicolor que hoy llega al límite infrarrojo... ¡Fin de una Era! como si se tratara del curso de millones de años y no de la marcha de los millones muertos o de importantes procesos geológicos, como si las fosas comunes nutrieran con su descomposición las capas del suelo nacional, cuando son ejecuciones estratégicas y geopolíticas, o evoluciones biológicas, como si los muertos de tantas masacres pasaran de registros civiles a registros fósiles que mutaran en futuros hidrocarburos que siguieran garantizándoles el dominio del mundo, eso esperan conseguir con los cientos de operaciones genocidas, creen que es un acontecimiento importante marcado por un personaje y sus desechos o divisiones de eones, cuando se trata de la fragmentación de nuestra tierra en mandíbulas de leones voraces si la naturaleza me permite. La expresión de la continuidad presidencial a través de la falsificación de esa tela colorida y el discurso torpe de un mandatario, cuando se trata de la estampa en carne y hueso del pasado que no perdona, la transferencia del poder por orden del pueblo, cuando se trata de la misma sucesión de violencia y mentira a esos Quienes representan la élite que defiende grandes monopolios, unidad nacional, cuando se trata de la repartición del país a los Rangers de infanteria ligera o los huéspedes beligerantes que están a ¡cabando! con lo nuestro, la intensificación de la guerra a los alzados en armas, cuando ellos y los otros son los grupos irregulares, impunes, quieren borrar con la inmunidad los falsos positivos, como si la matématica se prestará para la indignidad numérica de los malos que desgarran la historia y se agarran los billetes... ¡Presidente! Qué preside, qué rige, qué gobierna. 
¿Qué? 
Queda el don de la vida, que la muerte venga de su mano y no de la de estos infames monstruos, que el mal gobierno sea enterrado como lo han hecho con tantos muertos, por y  sobre esta tierra se dignen las flores aparecer y crezcan cultivos que sacien a los animales y a nosotros y la memoria revolotee como el cóndor en la larga noche. ¡Y no sucumbios!
Lea.