No es un haz de partículas prefabricadas, no es una máscara engendrando genocidios, no es la pantomima de la bala incrustada en los re-cuerdos, no vocifera vacíos silábicos como estandartes bélicos, no oculta fosas comunes y mentiras, no mendiga la vida, no le imprime fuerza a la Máquina que muta en arma...
Lea

lunes, 30 de agosto de 2010

Melografía

Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso, reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas, el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. en el carro policial, atado y sangrante, el músico pensó en su piano 
y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillado con él, en tantos sudores de músicas. 
El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro, el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y el dijeron que  podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miro a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.
Aníbal Niño.