No es un haz de partículas prefabricadas, no es una máscara engendrando genocidios, no es la pantomima de la bala incrustada en los re-cuerdos, no vocifera vacíos silábicos como estandartes bélicos, no oculta fosas comunes y mentiras, no mendiga la vida, no le imprime fuerza a la Máquina que muta en arma...
Lea

jueves, 12 de agosto de 2010

Óleos Sobre Lienzos.

¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?
Miguel Hernández.

El amanecer abigarrado de tonalidades grisáceas, púrpuras, violetas; y el museo cerrado. No podría presentir lo que sucedería en la realidad de la nación fugitiva que parece se desvanece entre sombras de héroes, hombres de sombrero burgués, damas hermosas, elegantes, sofisticadas; la morbilidad de la infancia y columnas de piel insomnes, cíclicas, mortificadas, amnésicas, intelectuales de medio tiempo, palomas acendradas que la ciudad ha obliterado, siluetas foráneas, peregrinos amantes de la libertad, artistas, malabaristas; en la ciudad de las edades, las catedrales y los campanarios religiosos, los anaqueles misteriosos y los relojes detenidos… La ciudad de los semáforos sin luces, las autopistas implacables de los ambulantes… Un lugar estratégico de murallas blancas y sucesiones geométricas perfectas, arquitectura colonial e insonorizada; las obras siguen una secuencia histórica sutilmente organizada, como en la mejor prosecución de un crimen. Ventanales, jardines, muebles rústicos, peldaños de madera y cámaras que vigilan. Cualquier movimiento por mínimo que fuese alteraría la pasividad insondable del museo… Abren las puertas y los soldados draconianos cercan sus esquinas, guardianes de las obras pictóricas enhiestan sus esqueletos, y la ciudad se transforma en una niña solitaria que vive “engullendo mundos”. Una pasarela interminable de formas humanas deleznables. Se acercan las primeras damas burguesas de ademanes finos y apariencia campesina con vestidos elegantes, zapatos charolados que reflejan sus culpas, sombreros y abanicos para dispersar sus malos olores. Se acerca el apóstol, un hombre muy religioso pero de una impiedad inexplicable; el niño tonto que juega con el último artefacto lúdico que le han traído de Europa; el niño paupérrimo de aspecto innombrable que las damas miran con recelo e indignación, el hombre teórico que no ha cesado en sus visiones cuadráticas de la vida; el político incorruptible de una mezquindad espantosa; la madre humilde y amorosa, el sargento preocupado y delincuente, el presidente de la respublica de una irresponsabilidad traidora, los estudiantes que no rescinden el horror inmarcesible, los artesanos de las plazas, el perro callejero, los maestros antiguos, el agrario registro civil y fósil, los de los cinturones de miseria, los pobres, pobres y los ricos, ricos. Todas las siluetas posibles se miran, hipócritamente, murmurando… y parecen abstraídos  en una infinidad de juicios que se establecen con la simple observación ajena. Recorren el plano cartesiano, con pasos auspiciados en la amnistía. Las obras son omnipotentes universales todopoderosas ante los asistentes. Esculturas, naturalezas muertas, oleos, lienzos, acuarelas… Las palabras se escapan de los labios… ¡qué gran artista!, ¡que sublime combinación de colores!, ¡oh que sutileza!... Un despliegue de apología a las creaciones y a los Autores. El niño innombrable descubriendo cada pincelada libre, cada trazo digno, cada milimétrica esperanza de los cuadros pasa… El universo condenado a la tranquilidad movediza… El niño murmura “carrobomba”… El pánico se apodera del salón, todos corren, tropiezan, desgarran, golpean, gritan, desesperan, ruegan, imploran, confiesan… El niño permanece en aquella esquina impávido, razonable, sorprendido, su mirada es indescifrable y penetrante… Los sonidos estrepitosos carcomen la fortaleza, las mujeres dejan caer sus lágrimas, los hombres se abrazan  "¿cómo morir así?", la paranoia los infecta… “carrobomba, carrobomba”, repetían, "moriremos como falsos insectos". Olvidando la realidad evidente en un profundo abismo, colapsando, continúan vociferando, "¡carrobomba!"... 
Las representaciones pictóricas y las pilastras se desmoronan, se disparan las alarmas, los peldaños se quiebran y son inútiles, se desvanecen los tejados, las puertas se destruyen y las efigies mueren, el vacio las recibe en su plenitud. 
Dedos, torsos, ojos, picos, dorsos, felinos, la muerte, la guitarra, múltiples cuerpos caen y se dispersan en el aire y el suelo. El niño solloza, sus lágrimas son yunques en las baldosas, su grito rompe con el teatro de lo absurdo… “es el nombre de la obra”… El tiempo detenido, el silencio se apodera de la conciencia de las figuras aferradas a la destrucción. La quietud inexpugnable. Todos miran como pájaros recién nacidos…
El museo ya no existe.
Lea.

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