No es un haz de partículas prefabricadas, no es una máscara engendrando genocidios, no es la pantomima de la bala incrustada en los re-cuerdos, no vocifera vacíos silábicos como estandartes bélicos, no oculta fosas comunes y mentiras, no mendiga la vida, no le imprime fuerza a la Máquina que muta en arma...
Lea

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los Muertos

¿Soplarán el oscuro viento
dilatándose hacía nosotros
presintiendo el futuro
escabulléndose en la verdad,

gritando derrames sangrientos
envolviendo su nostalgia

en dulces gramos de tierra,
sospechando que su
 

nido de polvo escasea,
acaso duermen 
pensando en el dolor,

acaso caminan sobre las tumbas  
de éstos vivos que

                           somos

                                  vanos

                                           inútiles
Pasándonos, pasándonos, pasándonos?
Lea.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Despreciados ¿Rescatados?

No les hicieron caso, ahora...
Van saliendo de las entrañas de la tierra
Vivos, ignotos, desde Ávalos a Urzúa
Van saliendo libres evocando
El tiempo atrapado destino,
La mutua carcajada inexorable
El vértigo metal desfallecido
La grieta devastadora apantanada
El trabajo alado huérfano
Mineros, almados
Vestigios inconformes,
sacudiéndose
El espeluznante nido
La oscuridad manoseada
El tambor de cargas explosivas
La profundidad silenciosa.
¿Sobrevivientes?  
Saliendo de las minas,
Del mundo
Dibujándonos el hollín,
Salvándose bebiendo amoniaco 
Los que se entierran en su
Fe de raspadura de carbón
No se resignan a las tinieblas.
¿Les debemos la memoria?
Lea.

lunes, 4 de octubre de 2010

El Danubio Rojo


Desleales oscureciendo el agua,
Caminan en las fisuras hacia la corte,
Asesinando los nudos de la vida
Culpables ambiciosos le disparan 
Para que no respire,
Insensatos cubren la música y los manantiales, 

Decadentes traficando el aire,
Dominan continentes con voz de paz,
Descuartizando los cuantos abundantes
Domesticando el magnicidio
A diestra y siniestra
Penitenciando la memoria ya roída.

Desobedientes estercoleros agresores
Estrujan el futuro a puñetazos,
Pantanosos egocéntricos malhechores,
Desentrañando los vivos multitud
Espantándoles la consciencia

Desagradables infames holocausticos
Celebran su cúmulo  de billetes
Oquedados en su pesadumbre
Derramando hacia el danubio azul
                     
Sangre aluminio
Funeraria
Sangre tóxica
Enmohecida
Sangre roja
Plomiza
Sangre sucia
Mediocre
Sangre ruin
Acróbata
Sangre tentacular
Corrupta
Sangre maula
Sibilina
Sangre vanidosa
Licuefacta
Sangre metálica
Devastadora
Sangre caliente
Deforme
Sangre hipócrita
Perversa
Sangre delincuente
Espuria
Sangre fratricida
Violenta
Sangre burletera
Indigna

Delincuentes ceremoniosos
Cosen la neblina brumosa
Despojándonos de los siglos
Proliferando la extinción...

Lea.

lunes, 30 de agosto de 2010

Melografía

Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso, reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas, el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. en el carro policial, atado y sangrante, el músico pensó en su piano 
y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillado con él, en tantos sudores de músicas. 
El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro, el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y el dijeron que  podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miro a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.
Aníbal Niño.

viernes, 13 de agosto de 2010

¿Sumapaz?

"¡El canto el bullido
El barrio y el son
Serán mi dulce oración
cosa buena!.."
No hay vida inteligente
hacía los hormigueros
en la pestilencia
burbujeante de la madrugada.
Los gusaños siguen vivos...
Negociando el magnicidio, 
escondiensé en algóritmos,
¡allanando la sapiencia!
En la tierra del talento,
"en surcos de dolores",
los vivos se acumulan,
sin que puedas lustrar
esos zapatos,
ilustrar su razón.

Los disparos aún no lamentan,
Asesinar en orden alfabético
Los políticos aún no lamentan
Cavar fosas ¡indestructibles!

El silencio nos colma
de gritos la existencia.
Sentimos las masacres.
Extinguimos la vida.
Sepultamos la risa...

Basta impunidad ¡No más!
Y hasta aquí la mentira
¡País de mierda!
Qué salgan de la ultratumba...
Carlos... ¿vives?... Castaño

Deja amanecer su cuerpo,
en esta larga noche ¿cuándo?
Zoociedad no ha muerto.
Sacia nuestra sed interrogante
Arrastra la negación

Violencia falsa,
Violencia entrometida
Violencia ¡Puta!

Culpables de su soledad.
Porque le dejamos ir.
Le dejamos volver.

Y desde el fondo negro
de su oscuro pasaje.
Las semillas despiertan,
El horizonte reflexiona,
La risa sale de las almas,
Laten las entrañas del corazón,
La constituyente traducida,
La tierra inmarcesible
La verdad júbilo inmortal,

Pasa el tiempo de la nada,
Rompemos la maldición,
Las lágrimas se secaron,
No inundaremos más muertos,
Acabaremos la guerra de los ¿Cuántos? 
y en nosotros nuestro destino la paz.
Lea.

Solaz

A Nélida Estupiñan.
I
aquí en mi corazón el sonido de su voz.
eterno fuego enardecido de murallas,
paso de su andar presente,
victoria entre mis dedos leída,
camino abriendo el desierto,
sótano de los recuerdos alumbrados,
trino de las páginas que pasan.
¡Poema más vivo que nunca!

II
aquí en mi pensamiento 
lo que el tiempo nunca se llevo
elogio de su existencia libertaria,
regreso del tiempo celeste,
destino sufragado de esperanzas,
principio de incertidumbre legendario, 
revoloteo del ave zigzagueando el ocaso.
Sueño enorme de la vida indulgente.
Lenguaje profundo de mi redención.

III
aquí en el universo su latido expansivo,
ritmo del microtono infinito.
Desobediencia de su estampa pródiga,
semblanza húmeda de siniestras,
Noción penetrante de heroísmo,
concupiscencia de la marcha de sus manos,
esencia de su entendimiento sensato,
armonía de lo real y evidente.
Dimensión de su lógica narrativa,
abandono de la inmundicia sepultura,
Solaz de su alma significante.

IV
No olvida los acordes 
Entiende su razón de hielo neutro
Leo
Ida y vuelta hasta siempre
Dignidad mi promesa
Amo su susurro de viento.
Me queda para  hacer silencio.
Lea.

jueves, 12 de agosto de 2010

Óleos Sobre Lienzos.

¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena?
Miguel Hernández.

El amanecer abigarrado de tonalidades grisáceas, púrpuras, violetas; y el museo cerrado. No podría presentir lo que sucedería en la realidad de la nación fugitiva que parece se desvanece entre sombras de héroes, hombres de sombrero burgués, damas hermosas, elegantes, sofisticadas; la morbilidad de la infancia y columnas de piel insomnes, cíclicas, mortificadas, amnésicas, intelectuales de medio tiempo, palomas acendradas que la ciudad ha obliterado, siluetas foráneas, peregrinos amantes de la libertad, artistas, malabaristas; en la ciudad de las edades, las catedrales y los campanarios religiosos, los anaqueles misteriosos y los relojes detenidos… La ciudad de los semáforos sin luces, las autopistas implacables de los ambulantes… Un lugar estratégico de murallas blancas y sucesiones geométricas perfectas, arquitectura colonial e insonorizada; las obras siguen una secuencia histórica sutilmente organizada, como en la mejor prosecución de un crimen. Ventanales, jardines, muebles rústicos, peldaños de madera y cámaras que vigilan. Cualquier movimiento por mínimo que fuese alteraría la pasividad insondable del museo… Abren las puertas y los soldados draconianos cercan sus esquinas, guardianes de las obras pictóricas enhiestan sus esqueletos, y la ciudad se transforma en una niña solitaria que vive “engullendo mundos”. Una pasarela interminable de formas humanas deleznables. Se acercan las primeras damas burguesas de ademanes finos y apariencia campesina con vestidos elegantes, zapatos charolados que reflejan sus culpas, sombreros y abanicos para dispersar sus malos olores. Se acerca el apóstol, un hombre muy religioso pero de una impiedad inexplicable; el niño tonto que juega con el último artefacto lúdico que le han traído de Europa; el niño paupérrimo de aspecto innombrable que las damas miran con recelo e indignación, el hombre teórico que no ha cesado en sus visiones cuadráticas de la vida; el político incorruptible de una mezquindad espantosa; la madre humilde y amorosa, el sargento preocupado y delincuente, el presidente de la respublica de una irresponsabilidad traidora, los estudiantes que no rescinden el horror inmarcesible, los artesanos de las plazas, el perro callejero, los maestros antiguos, el agrario registro civil y fósil, los de los cinturones de miseria, los pobres, pobres y los ricos, ricos. Todas las siluetas posibles se miran, hipócritamente, murmurando… y parecen abstraídos  en una infinidad de juicios que se establecen con la simple observación ajena. Recorren el plano cartesiano, con pasos auspiciados en la amnistía. Las obras son omnipotentes universales todopoderosas ante los asistentes. Esculturas, naturalezas muertas, oleos, lienzos, acuarelas… Las palabras se escapan de los labios… ¡qué gran artista!, ¡que sublime combinación de colores!, ¡oh que sutileza!... Un despliegue de apología a las creaciones y a los Autores. El niño innombrable descubriendo cada pincelada libre, cada trazo digno, cada milimétrica esperanza de los cuadros pasa… El universo condenado a la tranquilidad movediza… El niño murmura “carrobomba”… El pánico se apodera del salón, todos corren, tropiezan, desgarran, golpean, gritan, desesperan, ruegan, imploran, confiesan… El niño permanece en aquella esquina impávido, razonable, sorprendido, su mirada es indescifrable y penetrante… Los sonidos estrepitosos carcomen la fortaleza, las mujeres dejan caer sus lágrimas, los hombres se abrazan  "¿cómo morir así?", la paranoia los infecta… “carrobomba, carrobomba”, repetían, "moriremos como falsos insectos". Olvidando la realidad evidente en un profundo abismo, colapsando, continúan vociferando, "¡carrobomba!"... 
Las representaciones pictóricas y las pilastras se desmoronan, se disparan las alarmas, los peldaños se quiebran y son inútiles, se desvanecen los tejados, las puertas se destruyen y las efigies mueren, el vacio las recibe en su plenitud. 
Dedos, torsos, ojos, picos, dorsos, felinos, la muerte, la guitarra, múltiples cuerpos caen y se dispersan en el aire y el suelo. El niño solloza, sus lágrimas son yunques en las baldosas, su grito rompe con el teatro de lo absurdo… “es el nombre de la obra”… El tiempo detenido, el silencio se apodera de la conciencia de las figuras aferradas a la destrucción. La quietud inexpugnable. Todos miran como pájaros recién nacidos…
El museo ya no existe.
Lea.

sábado, 7 de agosto de 2010

El Fin de una Era

Alguienes de guantes blancos, cuerpos "perfectos", armas, fajos y excrementos uniformes. Tuvieron la hipócrita euforia de nombrar el pliegue de una insignia tricolor como las cinco palabras que definen éste titulo. Cuando se trata de un despliegue de soldados que enarbolan una bandera unicolor que hoy llega al límite infrarrojo... ¡Fin de una Era! como si se tratara del curso de millones de años y no de la marcha de los millones muertos o de importantes procesos geológicos, como si las fosas comunes nutrieran con su descomposición las capas del suelo nacional, cuando son ejecuciones estratégicas y geopolíticas, o evoluciones biológicas, como si los muertos de tantas masacres pasaran de registros civiles a registros fósiles que mutaran en futuros hidrocarburos que siguieran garantizándoles el dominio del mundo, eso esperan conseguir con los cientos de operaciones genocidas, creen que es un acontecimiento importante marcado por un personaje y sus desechos o divisiones de eones, cuando se trata de la fragmentación de nuestra tierra en mandíbulas de leones voraces si la naturaleza me permite. La expresión de la continuidad presidencial a través de la falsificación de esa tela colorida y el discurso torpe de un mandatario, cuando se trata de la estampa en carne y hueso del pasado que no perdona, la transferencia del poder por orden del pueblo, cuando se trata de la misma sucesión de violencia y mentira a esos Quienes representan la élite que defiende grandes monopolios, unidad nacional, cuando se trata de la repartición del país a los Rangers de infanteria ligera o los huéspedes beligerantes que están a ¡cabando! con lo nuestro, la intensificación de la guerra a los alzados en armas, cuando ellos y los otros son los grupos irregulares, impunes, quieren borrar con la inmunidad los falsos positivos, como si la matématica se prestará para la indignidad numérica de los malos que desgarran la historia y se agarran los billetes... ¡Presidente! Qué preside, qué rige, qué gobierna. 
¿Qué? 
Queda el don de la vida, que la muerte venga de su mano y no de la de estos infames monstruos, que el mal gobierno sea enterrado como lo han hecho con tantos muertos, por y  sobre esta tierra se dignen las flores aparecer y crezcan cultivos que sacien a los animales y a nosotros y la memoria revolotee como el cóndor en la larga noche. ¡Y no sucumbios!
Lea.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Elogio de la Dificultad.


La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes. Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, sino fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica. Aquí mismo en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada; de las reconciliaciones totales; de las soluciones definitivas. Puede decirse que nuestro problema no consiste solamente ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor, y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido. Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él. Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación. El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista. Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atreverían a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos, no son argumentos, sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo, está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión. Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad no es una característica exclusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular –todos lo son– como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira. El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto. Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas. Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa. No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una critica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra. Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia las normas y las leyes de cualquier tipo, son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada. Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado, estimado sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior. Lo más difícil, lo más importante. Lo más necesario, lo que a todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades. Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica: Es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasaos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura. Él es así; yo me vi obligado. Él cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. El discurso del otro no es más que de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados. Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo. La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto. Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa. En el carnaval de miseria y derroche propios del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad. Dostoievski nos enseño a mirar hasta donde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido. Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón. Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura. En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado. Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto: "También esta noche, tierra, permaneciste firme.Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor. Y alientas otra vez en mi la aspiración de luchar sin descanso por una altísima existencia". 
Estanislao Zuleta.