Sus manos caían con la energía de un herrero amoroso, reptaban sobre las teclas sobando el espinazo de la melodía revolucionaria. Cuando los policías y los detectives irrumpieron con el alarido de sus armas, el pianista no interrumpió su trabajo y siguió tocando hasta que uno de los tiras disparó su ametralladora contra el piano. en el carro policial, atado y sangrante, el músico pensó en su piano
y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillado con él, en tantos sudores de músicas.
El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro, el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y el dijeron que podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miro a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.
y lo recordó como un querido elefante con los sonoros intestinos al aire. Sonrió con la comparación, con la imagen del gordo amigo de madera y metal, apandillado con él, en tantos sudores de músicas.
El cable verde estalló de pronto en una bombilla saraviada por la cagarruta de las moscas, y el militar, oculto en un rincón del calabozo, hizo una señal a un hombre gordo, quien sonrió y mostró desde lo oscuro, el brillo de sus colmillos de oro. Avanzó y con una barra de hierro destrozó las manos del pianista. Cuando lo empujaron fuera del cuarto de torturas y el dijeron que podía irse para que sirviera de escarmiento a todos los que se dedicaban a la subversión, el músico metió dolorosamente sus manos destrozadas en los bolsillos de su chaqueta, miro a la cara a los verdugos y avanzó silbando por el largo y desolado corredor.
Aníbal Niño.
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